Crónica de un crimen ambiental que no debe quedar impune
Foto Reserva Japio

En el corazón del bosque seco tropical, un lugar que durante décadas fue un santuario de vida, hoy resuena el silencio de una tragedia ambiental. La tala indiscriminada y las quemas en la reserva natural han destruido cerca de 100 hectáreas de árboles nativos, algunos de más de 50 años. Estos árboles, como el mano de oso, higuerones, gualandayes y mestizos, no solo sostenían el paisaje, sino que también eran guardianes del caudal del río Japio y el hogar de innumerables especies de fauna silvestre.

La devastación es evidente. Donde antes corría la vida, ahora solo quedan cenizas y troncos caídos. Animales que alguna vez deambulaban libres, muchos de ellos liberados en la reserva por la CRC como parte de programas de conservación, han sido desplazados o han perdido la vida. Este ataque al bosque seco no solo acaba con los árboles, sino con la esperanza de un ecosistema saludable para las futuras generaciones.

Lo más preocupante es que este crimen ecológico no ha ocurrido en silencio, sino ante la mirada de quienes deberían proteger este espacio. En los últimos tres meses, la tala y quema se han intensificado, mientras la fuerza pública, la autoridad ambiental del Cauca CRC y las entidades judiciales parecen mirar hacia otro lado.

 

Recuperar este terreno arrasado será una tarea titánica, una deuda que no tiene precio. Cada árbol perdido, cada especie desplazada, cada gota de agua que se desvanece es un recordatorio de lo que estamos dejando ir. Si no actuamos ahora, si no alzamos la voz para proteger nuestra tierra, será nuestra propia existencia la que estará en peligro.

 

El llamado es claro: detener esta masacre ambiental y garantizar que la reserva vuelva a ser un lugar de vida, para nosotros y para las generaciones futuras.