
En 2010 Foster the People lanzó Pumped Up Kicks, una canción que con su ritmo indie se convirtió rápidamente en un éxito mundial, pero tras esa superficie bailable se esconde una letra inquietante: un adolescente planea un tiroteo escolar, armado y solo, observando con resentimiento a "los chicos con las zapatillas caras". Mark Foster, su autor, escribió la canción en pocas horas, intentando habitar la mente de un joven alienado por un entorno indiferente; la canción funciona como metáfora del malestar social que se cocina silenciosamente entre los jóvenes empobrecidos: sujetos sin sentido de pertenencia, atravesados por el abandono y el vacío.
Este fenómeno no es exclusivo de las periferias estadounidenses ni de la estética indie-pop porque en Colombia ha emergido el reclutamiento de menores por parte de grupos armados ilegales como otro escenario igualmente perturbador que se ha mudado de la selva al algoritmo. TikTok se ha convertido en una vitrina en la que la vida guerrillera se presenta en forma de reels con jóvenes uniformados bailando con armas, juegos de seducción por parte de mujeres que hacen del riesgo por el dinero un camino fácil en ese mundo o mostrando compañerismo en campamentos, todo ambientado con música popular. Esta narrativa visual convierte la insurgencia en una experiencia casi cinematográfica, romántica, rebelde y liberadora. No obstante, detrás del celular no hay libertad, sino coacción pues el atractivo visual oculta la brutalidad del conflicto.
La alienación no es una mera pérdida de esencia, sino una forma defectuosa de relación con uno mismo y con el mundo. El joven de Pumped Up Kicks y el adolescente colombiano seducido por TikTok comparten una experiencia de alienación porque han sido separados de contextos en los que su vida tenga sentido, autonomía o reconocimiento real; sus acciones, aunque opuestas en forma —la violencia individual y la integración en un colectivo armado—, responden a la misma falla estructural porque es un mundo que no les ofrece formas de vida adecuadas, que no los ve como agentes, sino como instrumentos o amenazas.
Este fenómeno disfrazado de pertenencia en el que la insurgencia a través de videos cuidadosamente construidos promete comunidad, propósito y visibilidad no es otra cosa que lo mismo que la canción denuncia a través del joven que envidia los privilegios materiales de sus compañeros; ambos quieren ser vistos y tener un lugar en el mundo. Sin embargo, lo que reciben es una caricatura de la emancipación, una forma corrupta de apropiación y en lugar de construir una identidad propia adoptan una narrativa impuesta, moldeada para convertir su descontento en herramienta de guerra.
Estas no son simplemente elecciones personales, sino respuestas al fracaso de una sociedad que no ofrece vías legítimas de realización; mientras el joven armado de Pumped Up Kicks canaliza su frustración a través de la violencia, los niños reclutados en Colombia entran a una maquinaria simbólica que les promete poder y pertenencia, pero que en realidad refuerza su condición de alienados.
No basta con indignarse ante el espectáculo de la ruina. Cada reel que romantiza la guerra y cada estribillo que banaliza la rabia es una ráfaga que sopla desde la comodidad del capital y que arrastra a los jóvenes al campo de batalla de una historia escrita por los dispositivos de dominación. En lugar de redención, les queda la imagen adulterada de una libertad que ya no pertenece a nadie.