La pólvora se enciende en un segundo, pero el miedo que deja en los animales dura horas, incluso días. Mientras muchos celebran el brillo en el cielo, nuestras mascotas y los animales callejeros solo sienten angustia, taquicardia y desorientación. No es fiesta para ellos, es terror.
Cada vez que alguien decide no prender pólvora, está tomando una posición de proteger vidas. Celebrar también implica responsabilidad, empatía y entender que nuestros actos tienen un impacto real en quienes no pueden pedir auxilio.
En estas fiestas, el ruido no debería ser más fuerte que la compasión. ¿Seguimos repitiendo la tradición del estruendo o damos el paso hacia una Navidad más consciente?